500 millones de euros estaban a punto de desaparecer en la nada. Las computadoras más poderosas de España se apagaban una tras otra
—¿Cuánto tiempo tenemos? —preguntó Miguel, con la voz ahogada por la ansiedad.
—Una hora y veinte minutos —respondió el director técnico, limpiándose el sudor de la frente—. Si no lo resolvemos antes de las cuatro, los japoneses cancelarán el contrato y se irán con la competencia.
Cinco años de trabajo, la innovación más revolucionaria en inteligencia artificial, el futuro de la empresa, todo pendía de un sistema bloqueado en el peor momento posible. Miguel, rodeado de los mejores ingenieros del país, sólo veía rostros pálidos y dedos temblorosos tecleando frenéticamente sin resultado. Nadie tenía una respuesta.
Mientras el caos crecía, Carmen sintió el pulso acelerarse. Sabía exactamente qué pasaba y cómo solucionarlo. Se acercó despacio a la mesa principal. Dudó un segundo, pero la desesperación en la sala era tan grande que se atrevió a hablar.
—Perdón… ¿yo podría intentar arreglarlo?
Cincuenta cabezas se giraron. Miguel la miró como si viera un fantasma.
—¿Tú? ¿Quién eres?