Encerrado en la oscuridad durante más de cinco meses, el perro quedó reducido a piel y huesos, sobreviviendo a base de cucarachas y ratas, mientras el mundo exterior seguía girando, dejándolo solo y luchando contra el hambre, el miedo y el olvido absoluto…mn

Encerrado en la oscuridad durante más de cinco meses, el perro quedó reducido a piel y huesos, sobreviviendo a base de cucarachas y ratas, mientras el mundo exterior seguía girando, dejándolo solo y luchando contra el hambre, el miedo y el olvido absoluto…

No había luz. No había agua. No había voz humana que lo llamara por su nombre. Solo paredes frías, un suelo sucio y el eco de su propia respiración. Día tras día, el hambre se convirtió en tortura. La sed, en castigo. El silencio, en condena. Y aun así, seguía vivo. No por milagro. Por instinto. Por esa fuerza invisible que empuja a los olvidados a resistir, aunque nadie los esté esperando.

 

Comía lo que encontraba. Cucarachas, ratas, restos de cartón. Su cuerpo se volvió una sombra de lo que alguna vez fue. Las costillas marcaban cada movimiento. Las patas temblaban. La piel se pegaba al hueso como si la vida estuviera huyendo de él. Pero sus ojos… sus ojos seguían abiertos. No brillaban. No lloraban. Solo miraban. Como si preguntaran: “¿Por qué?”

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