Cuando alguien escucha por primera vez que tiene un “nódulo tiroideo”, lo normal es que sienta preocupación. La palabra suena seria, y no es para menos. La tiroides es una glándula pequeñita, con forma de mariposa, ubicada en el cuello, que controla gran parte de lo que pasa en nuestro cuerpo: desde el metabolismo hasta el estado de ánimo. Por eso, cualquier alteración en ella puede causar miedo o confusión. Pero la realidad es que los nódulos tiroideos son mucho más comunes de lo que pensamos, y no siempre representan un peligro.
De hecho, la mayoría de las veces son benignos (no cancerosos) y ni siquiera producen síntomas. Muchas personas descubren que los tienen por casualidad, durante un chequeo rutinario o una ecografía por otra razón. Sin embargo, aunque la mayoría no sean graves, eso no significa que deban ignorarse. Saber qué los causa, cómo tratarlos y en qué casos pueden eliminarse es clave para cuidar la salud de la tiroides y evitar complicaciones a futuro.
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¿Qué son exactamente los nódulos tiroideos?
Podríamos decir que son como “pequeños bultos” que se forman dentro de la glándula tiroides. Pueden ser sólidos o llenos de líquido (quistes), y su tamaño varía mucho: desde apenas perceptibles hasta visibles a simple vista. Aunque su aparición puede asustar, lo cierto es que la gran mayoría no causa daño ni altera el funcionamiento del cuerpo.
Estos nódulos pueden formarse por distintas razones. En algunos casos, se deben a una deficiencia de yodo; en otros, a una inflamación crónica de la glándula (como la tiroiditis de Hashimoto), o incluso a un crecimiento natural de células tiroideas con el paso del tiempo. En muy pocos casos, pueden ser malignos, y ahí es donde se requiere una evaluación más profunda.
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