Un amor construido sin apariencias
Conocí a Alberto meses antes. Nos enamoramos de manera sencilla, profunda, sin máscaras. Él era ingeniero, con una carrera sólida. Yo, en cambio, prefería mantener mi vida profesional en reserva. No por vergüenza, sino porque aprendí algo importante: cuando la gente sabe que tienes éxito, deja de verte como persona.
Le dije que trabajaba en el sector de servicios. No mentí.
Solo omití un detalle: hacía cinco años había heredado un pequeño restaurante de mi abuela y lo había transformado en uno de los lugares más exclusivos de la ciudad.
Casa Luna no era solo un negocio. Era mi hogar, mi historia, mi orgullo.
La verdad revelada… solo a quien importaba
Antes de casarnos, le conté todo a Alberto. Se sorprendió, sí, pero me respetó aún más. Le pedí algo especial: que mantuviéramos ese dato en privado frente a sus padres. Quería que me conocieran sin prejuicios.
Él aceptó, aunque todavía no entendía por qué era tan importante.
Pronto lo entendería.