El secreto de Mateo
Me agaché para mirarlo a la cara. Pensé que estaría cansado, o tal vez triste por la partida de su padre. Pero no: estaba aterrorizado.
Entre susurros, me contó que esa mañana se había despertado temprano y escuchó a su papá hablando por teléfono en la oficina. Dijo que “esta noche, cuando estemos durmiendo, va a pasar algo malo”, que él debía estar lejos cuando sucediera, y que “ya no íbamos a estar en su camino”. También mencionó que “unos hombres se encargarían de todo” y que “por fin iba a ser libre”.
Al principio, mi mente buscó excusas: tal vez había entendido mal, tal vez eran cosas de trabajo. Pero entonces recordé:
El aumento reciente del seguro de vida.
Que Ricardo insistió en poner casa, auto y cuenta bancaria solo a su nombre.
Las llamadas secretas, los viajes repentinos y esa vez que lo oí decir: “Tiene que parecer un accidente”.
Miré a mi hijo, vi el pánico en sus ojos… y algo dentro de mí hizo clic.
—Está bien, hijo —le dije—. Te creo.
Espiando nuestro propio hogar
En vez de volver directamente a casa, manejé por una calle paralela hasta quedar estacionada a cierta distancia, desde donde podíamos ver nuestra casa sin ser vistos. Apagué las luces del coche y nos quedamos en silencio.
Al principio, todo parecía normal.