Javier había nacido y crecido en la Ciudad de México. Estaba acostumbrado a la comodidad, a mirar la vida con ojos que solo valoraban el dinero y el estatus. Cuando se casó con María –una muchacha dulce, sencilla, originaria de un pequeño pueblo– sus amigos se burlaban diciendo que había “traído una esposa pueblerina”. Pero como ella era hermosa, trabajadora y lo amaba con todo el corazón, Javier aceptó casarse.