Cincuenta ingenieros informáticos miraban aterrorizados las pantallas negras mientras el CEO, Miguel Fernández, veía su imperio colapsar en directo. El contrato más importante de la historia empresarial española se desvanecía, miles de millones de euros de inversores huían y el pánico era total. Nadie sabía qué hacer.
—Se acabó —gritó alguien—. ¡Hemos perdido todo!
Miguel sentía cómo el sudor frío le recorría la espalda. Afuera, la lluvia golpeaba los ventanales de la Torre Picasso. El reloj marcaba las 14:39.