Habían pasado cinco años desde que la vida de Isabela Rivas se rompió en mil pedazos.
Su único hijo, Leo, fue secuestrado frente a su mansión en Las Lomas, uno de los barrios más exclusivos de Ciudad de México.
Tenía apenas cuatro años.
La policía nunca encontró pistas. Ninguna llamada de rescate. Nada.
Con el tiempo, Isabela enterró el dolor bajo montañas de trabajo, dinero y apariencias.