En esencia, la sal rosada es casi idéntica a la sal común. Contiene aproximadamente un 98% de cloruro de sodio, frente al 99% de la sal refinada tradicional. La diferencia es mínima y no tiene impacto real en la salud ni en el sabor.
Ese 2% adicional está compuesto por minerales como hierro, zinc, calcio y magnesio, pero en cantidades tan bajas que no alcanzan a cubrir necesidades nutricionales. Es decir, no puede considerarse un suplemento de minerales.
Los problemas de la sal rosada
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Impurezas y metales pesados: su color proviene de sustancias que, en algunos casos, pueden incluir metales no deseables para el organismo.
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Ausencia de yodo: a diferencia de la sal común yodada, no aporta este mineral esencial que ayuda a regular la función de la tiroides. Para personas con bocio o hipotiroidismo, la sal rosada no solo no ayuda, sino que puede ser contraproducente.
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Precio elevado: suele costar entre un 15% y un 20% más que la sal tradicional, a pesar de no ofrecer ventajas reales.
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Mitos nutricionales: no mejora la digestión, no fortalece los huesos y no cura la anemia. Estas son creencias sin respaldo científico.