Andrés nunca fue buen mentiroso. Mientras hacía la maleta en el dormitorio, evitaba cruzar la mirada con Marina, la mujer con la que llevaba casi diez años de matrimonio.
—Así que “conferencia”. Una semana entera —dijo Marina, apoyada en el marco de la puerta—. Y justo en Cancún, cuando todo el mundo está de vacaciones.
—La empresa cubre todo —murmuró Andrés, escondiendo un short de playa bajo un montón de camisas—. Sería raro decir que no.
—¿Y Valeria, tu colega, también va? —no fue una pregunta; sonó a resultado.
Andrés se tensó un segundo y siguió doblando ropa.
—Sí. Ella presenta. Trabajo es trabajo.
—Como en el corporativo del año pasado, cuando “trabajaron” hasta las cuatro de la mañana —replicó ella.
—Otra vez con lo mismo… —cerró la maleta de golpe—. Salgo en tres horas.
—Mándale saludos a tu “colega” —dijo Marina, apartándose para dejarlo pasar—. Que descanses.
Él gruñó algo y se fue. Marina se quedó mirando una foto de ambos en la mesita. Luego tomó el teléfono y buscó un contacto: alguien que podía ayudarla a entender… y a decidir.