Creyó que podía engañarla, pero ella tenía un plan que él jamás imaginó

Andrés volvió puntual. Olía a lluvia en el pasillo.

—No estás embarazada —dijo al entrar, sin rodeos.

Marina sostuvo su mirada.

—No.

—Montaste todo… para que entendiera lo que estaba rompiendo.

—Monté un espejo —respondió—. Te mostré lo que podríamos haber tenido si también  lo hubieras construido.

Él respiró hondo.

—Terminé con Valeria. No porque me descubrieras, sino porque me vi desde afuera y no me gustó lo que vi. Si aún quieres, quiero empezar de nuevo. Sin mentiras. Con terapia. Con trabajo real.

Marina lo estudió en silencio. No dijo sí. Tampoco no.

—Nos pondremos reglas —dijo al fin—. Una verdad por cada miedo. Y si fallas otra vez, no habrá segunda escena. No habrá decoración que lo salve.

—De acuerdo.

Se sentaron frente a frente, sin brindis ni torta. Solo dos personas que, por primera vez en mucho tiempo, hablaban claro.

A veces, para recordar el valor de un hogar, hace falta asomarse al borde del abismo. Marina había tendido un escenario; Andrés eligió si era un final o un comienzo. El resto —como todo lo verdadero— ya no dependía de una promesa en la playa, sino de lo que harían cada día.

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