Cuando lo encontraron, su cuerpo era apenas un suspiro. Esquelético, débil, cubierto de polvo y silencio. Pero sus ojos… sus ojos aún brillaban con una pregunta que dolía más que cualquier herida: “¿Por qué?” No hay respuesta que baste. No hay excusa que alivie. Porque lo que se rompió no fue solo un vínculo. Fue una vida entera construida sobre amor y destruida por indiferencia.
Él no entendía el abandono. No entendía la crueldad. Solo sabía esperar. Solo sabía amar. Y lo hizo hasta el último aliento.
Lo que queda ahora es una historia que duele. Un recordatorio de que incluso los corazones más puros pueden ser rotos por manos que alguna vez acariciaron. Y una verdad que pesa: lo dio todo… y lo dejaron con nada.