Divorciada, mi esposo me lanzó una almohada vieja con una mueca de desprecio. Cuando la abrí para lavarla, me quedé atónita con lo que había dentro…
Lloré porque me sentí afortunada, que al menos todavía tenía un lugar al cual regresar, una madre que me amaba y un gran mundo allá afuera esperando para darme la bienvenida.
A la mañana siguiente, me desperté temprano, doblé la almohada con cuidado y la metí en la maleta. Me dije que alquilaría una habitación más pequeña, más cerca del trabajo.
Enviaría más dinero a mi madre y viviría una vida en la que ya no tendría que temblar ni esperar un mensaje frío de nadie.
Me sonreí al espejo.
Esta mujer de ojos hinchados, a partir de hoy, viviría para sí misma, para su anciana madre en casa y para todos los sueños inacabados de su juventud.
Ese matrimonio, esa vieja almohada, esa mueca de desprecio… todo era solo el final de un triste capítulo. En cuanto a mi vida, aún quedaban muchas páginas nuevas por escribir con mis propias manos resilientes.