Javier se quedó boquiabierto. El “director” con el que había soñado asociarse trataba a su suegro campesino con total deferencia.
Don Pedro sonrió y explicó con calma:
—No quise presumir, pero desde hace años invertí mis ahorros junto con unos conocidos en levantar esta empresa. Alejandro es el director general. Esta vez vine no solo a visitar a mi hija, también a hablar de abrir una nueva sucursal en la ciudad. Pensaba presentarte con él, a ver si podían colaborar…
El cuerpo de Javier se derrumbó por dentro. Recordó su indiferencia, las respuestas cortantes que había dado, el desprecio en sus ojos. Solo le quedó un profundo arrepentimiento. Balbuceó:
—Perdón, don Pedro… yo no sabía…