El último deseo del prisionero era tan simple como desgarrador: quería ver a su perro antes de morir. Pero cuando el animal cruzó el umbral de la celda, nadie imaginó lo que ocurriría después.

Ya no tengo miedo.

El silencio que siguió fue casi sagrado.

Entonces, el perro lanzó un ladrido —un grito desgarrador, casi humano—.

El prisionero la abrazó con todas sus fuerzas, aferrándose a ella por un último segundo…

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