Encerrado en la oscuridad durante más de cinco meses, el perro quedó reducido a piel y huesos, sobreviviendo a base de cucarachas y ratas, mientras el mundo exterior seguía girando, dejándolo solo y luchando contra el hambre, el miedo y el olvido absoluto…mn

El dueño lo había encerrado y se había ido. Nadie lo buscó. Nadie preguntó. Nadie escuchó los rasguños en la puerta, los gemidos ahogados, el silencio que gritaba desde dentro. Porque mirar duele. Porque aceptar que alguien puede hacer esto es demasiado cruel. Así que todos siguieron con sus vidas. Y él, con la suya —si es que aún podía llamarse vida.

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Cuando lo encontraron, no ladró. No se movió. Solo respiró. Con dificultad. Con miedo. Con esa mezcla de esperanza y resignación que solo los que han sido olvidados conocen. Lo envolvieron en una manta. Lo levantaron con cuidado. Lo llevaron a una clínica. Y allí, por primera vez en mucho tiempo, alguien lo miró con compasión.

 

Los veterinarios no prometieron nada. Su cuerpo estaba al límit

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