Cuando la imaginación se desbocó,
creí oír sus risitas, y luego nada. Silencio absoluto.
Me quedé paralizada en el pasillo. El corazón me latía con fuerza, como un tambor de banda de música. Y entonces, sin pensarlo, giré el pomo
de la lámpara. Proyectó una luz tenue. Respiré hondo… preparada para lo que fuera. O eso creía.
Lo que vi me dejó sin aliento: mi hija, sentada en el suelo, con los auriculares puestos, explicándole con pasión fórmulas matemáticas a su amiga, que estaba completamente absorta frente a un cuaderno. A su alrededor, un campo de batalla de notas adhesivas, marcadores y un plato de galletas caseras intactas.