En la comisaría, nadie hablaba. Nadie comía. Nadie dormía. Nadie podía creer que Rex ya no estaría en el asiento trasero, moviendo la cola, esperando la próxima patrulla. Porque Rex no era solo un perro policía. Era parte del equipo. Parte de la familia. Parte del corazón de todos.
En su funeral, cada paso era lento. Las manos temblaban. Las lágrimas caían sin vergüenza. Carter, con el rostro marcado por el dolor, recibió la bandera doblada entre sus manos. No dijo nada. No podía. Pero en su mirada había una verdad que todos compartían:
Lieutenant Charged in Death of Police K-9 Who Died in Hot Car
“No era solo un perro… era familia.”
Desde aquel día, cada patrulla en el Valle de Pine lleva el nombre de Rex en silencio. En cada ladrido de un K9, en cada paso de un oficial, vive el recuerdo de un héroe — uno que no dudó, que no retrocedió, y que eligió el amor por encima de la vida.
Y para quienes lo conocieron, eso lo cambió todo.