Comencé a parecer distraída. Pequeños olvidos. Nada grave. Lo suficiente para encender su codicia.
Contraté a un investigador privado, Martin, expolicía. Descubrió que nunca habían abandonado su antiguo apartamento: vivían a costa mía, con vinos caros, restaurantes, spas y compras.
Priscila se reunía con un abogado, Dr. Norberto Vázquez, especialista en tutelas de personas mayores. Quería declararme incapaz legalmente.
Pronto supe también que Priscila había tenido dos matrimonios anteriores con hombres mayores… ambos muertos “naturalmente” menos de un año después de casarse. Herencias intactas. Nada volvió a parecerme coincidental.
Reescribiendo mi vida y mi testamento
Me reuní con Dr. Mauricio León, mi abogado. Cambiamos mi testamento:
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Las panaderías y la mitad de mi dinero irían a una fundación infantil.
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La casa y el resto del dinero serían para mi sobrino, Daniel.
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Lucas recibiría sólo 100.000 dólares.
Además, designé a mi mejor amiga, Estela, como responsable legal de mi salud.
En casa seguí actuando. Priscila comenzó a sugerir abiertamente que yo necesitaba supervisión. Lucas hablaba de “mi deterioro”.
Hasta que llegó el empujón.
El empujón
Tres semanas antes de Navidad, regresaba del supermercado. Al subir los escalones de la entrada, dos manos me empujaron con brutalidad.
Caí contra el concreto. El dolor fue indescriptible. Cuando levanté la vista, vi a Priscila observándome desde lo alto, sin sorpresa, sin culpa.
Lucas salió y se rió.
—Es para darte una lección —me dijo—. La que te mereces.
Me dejaron tirada.
Fueron los vecinos quienes me llevaron al hospital. Mi pie estaba fracturado.
Pero yo tenía algo: semanas antes había instalado una cámara oculta frente a esos escalones.