Fui a la cena de Navidad cojeando, mi pie envuelto en un yeso de cuando mi nuera me empujó días antes. En el momento en que entré, mi hijo dejó salir una risa cruel.

Martin recuperó el material y confirmó:
teníamos video y audio del ataque.

El 24 de diciembre regresé a casa. El yeso, la muleta y el dolor eran reales… pero también formaban parte de mi preparación para la emboscada.

Priscila había invitado a amigos y al abogado Norberto. Querían generar “evidencia” de mi confusión para iniciar mi tutela.

Yo también había hecho mis invitaciones.

La cena que lo cambió todo

La casa brillaba. Luces, comida, invitados.

Actué: pregunté qué día era, confundí fiestas, mencioné medicamentos. Priscila y Norberto intercambiaban miradas satisfechas.

A las tres en punto sonó el timbre.

Abrí la puerta. Allí estaban:

  • dos oficiales de policía,

  • Martin, el investigador,

  • y el Dr. Mauricio.

—Pasen, por favor —dije—.
Quiero presentar una denuncia.

El silencio fue absoluto.

Relaté todo: robos, manipulación, intento de tutela, amenazas, y el empujón.

Priscila gritó que era una anciana delirante.

Entonces Martin conectó su computadora al televisor.

Vieron a Priscila colocarse detrás de mí. El empujón. La caída. La risa de Lucas. “Lo mereces”.

Después, los audios: conversaciones sobre mi muerte, planes para adulterar mi comida, cuánto dinero quedaba por sacar.

El abogado Norberto intentó desentenderse.

El comandante anunció el arresto inmediato:

  • Priscila por agresión agravada, conspiración y fraude.

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