LA HUMILDE EMPLEADA DE LIMPIEZA LLEVA A SU PEQUEÑA HIJA AL TRABAJO PORQUE NO TENÍA OTRA OPCIÓN — PERO NADIE IMAGINÓ QUE EL GESTO DEL MILLONARIO DESPUÉS DE ESO DEJARÍA A TODOS EN SHOCK

Era cierto. Renata no tenía papá y ella trataba de no mostrarle esa ausencia, pero ahí estaba. Y sin buscarlo, sin saberlo, estaba encontrando una figura en Leonardo. Eso la asustaba porque sabía que no podían tener una vida ahí. Él era su patrón.

vivía en una casa que no era suya, con un hombre que venía de un mundo totalmente distinto. Una tarde, mientras Claudia lavaba los baños del segundo piso, Leonardo subió, se detuvo en la puerta y la saludó. Luego le preguntó si Renata ya iba al kinder. Claudia le dijo que no, que no tenía con qué pagar la inscripción. Él no dijo nada en ese momento, solo asintió y se fue.

Dos días después llegó Marta con una carpeta y se la dio a Claudia. Era un formulario de una escuela preescolar privada. Leonardo había hablado con la directora. Renata tenía lugar reservado, todo pagado. Claudia se quedó helada. Quiso ir a agradecerle, pero no lo encontró. Ese día no bajó. Lo vio solo de lejos hablando por teléfono en el balcón. No supo si debía alegrarse o no.

Era una ayuda, sí, pero también la hacía sentir comprometida. El ambiente en la casa ya no era el mismo. Marta puso una silla pequeña en la cocina para que Renata se sentara. José le hizo un columpio improvisado en una rama baja del árbol del fondo. Dolores le trajo un cuaderno nuevo con estampitas y Leonardo.

Leonardo no se reía siempre, pero ya no era ese hombre frío que pasaba sin mirar. A veces salía solo para ver qué hacía Renata. Un día le llevó un helado y le dijo que si no se lo comía rápido, se le iba a derretir como los problemas. La niña no entendió, pero rió igual. Y Claudia, aunque no decía nada, notaba todo, cada mirada, cada pequeño gesto. Se estaba formando algo, no sabía qué era, pero ahí estaba.

No era normal, no era común. Y eso la asustaba, porque cuando algo cambia demasiado rápido, a veces es señal de que algo viene a descomponerlo. Pero por ahora solo podía seguir, seguir limpiando, seguir cuidando, seguir observando como la presencia de su hija estaba sacando a todos de una rutina gris.

Empezando por el hombre que sin darse cuenta había vuelto a sonreír gracias a una niña de 4 años que solo quería jugar. Esa mañana el cielo amaneció nublado con un aire pesado, como de tormenta. Claudia salió de casa con Renata de la mano, caminando en silencio. No era un día normal. Desde la madrugada había soñado con su esposo con ese accidente que aún le dolía como si hubiera pasado ayer.

Se despertó con el pecho apretado, pero sin tiempo de ponerse a llorar. La vida no se detenía. En el camión, Renata no hablaba tanto como otros días. Iba mirando por la ventana medio dormida. Claudia se acomodó el suéter en los hombros tratando de pensar en otra cosa, pero no podía.

El recuerdo de la llamada que recibió aquella madrugada volvía como si fuera una película Su esposo iba manejando rumbo al trabajo. Llovía, se derrapó. Nunca llegó, nunca volvió. Desde entonces todo cambió. Al llegar a la casa de Leonardo, el ambiente también se sentía distinto. Estaba más silenciosa de lo normal. José lo saludó, pero sin esa sonrisa de siempre. Marta tampoco dijo mucho.

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