Los primeros años fueron extenuantes: dos trabajos, noches sin dormir, cuentas que no daban respiro. Aun así, Lucía jamás se rindió.
Con el poco tiempo libre que tenía, comenzó a desarrollar un pequeño proyecto personal: una boutique de decoración y diseño, donde por fin pudo expresar su creatividad y talento.
Gracias a su constancia, aquel emprendimiento creció hasta convertirse en un referente en su ciudad. Sin darse cuenta, Lucía no solo estaba levantando un negocio, sino reconstruyéndose a sí misma.
Se volvió independiente, segura, realizada. Su éxito no nació del rencor, sino de la perseverancia y la dignidad.
La invitación inesperada
Años después, llegó una invitación que removió viejas heridas. Gabriel se casaba con Valeria, una mujer de familia adinerada.
Y, de manera irónica, decidió invitar a Lucía.
No lo hizo por bondad. Su intención era verla incómoda, pequeña, como una espectadora más de la vida lujosa que él creía haber conquistado.
Pero Lucía ya no era la mujer que él recordaba.