En 1983, Marianne fue condenada por homicidio premeditado y posesión ilegal de un arma de fuego. Fue sentenciada a seis años de cárcel, pero salió en libertad tras cumplir tres.
Su pena dividió a la población, como demostró una encuesta del Instituto Allensbach. Alrededor del 28 % consideraba que la pena de seis años era adecuada, mientras que otro 27 % la consideraba demasiado severa y un 25 % creía que era demasiado indulgente.
Tras cumplir su condena, Marianne emigró a Nigeria y se casó con un profesor de alemán. En 1990, se divorció y se mudó a Sicilia, Italia. Desgraciadamente, a Marianne le diagnosticaron cáncer de páncreas y regresó a su país natal y a su ciudad natal, Lübeck.
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Su acto de venganza siguió vivo en la memoria de muchos alemanes, los periódicos siguieron escribiendo sobre el incidente hasta bien entrados los años noventa.
En 1994, trece años después de su acto, concedió una entrevista excepcional a la radio alemana. «Creo que hay una gran diferencia entre matar a una niña porque temo tener que pasar el resto de mi vida en prisión y hacerlo de la forma en que lo hice, colocándome detrás de ella y estrangulándola, tal y como él mismo declaró: «Oí algo salir de su nariz, me quedé paralizado y entonces no pude soportar ver su cuerpo»», afirmó.
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En una entrevista con el canal de televisión Das Erste en 1995, Marianne confesó que había disparado a Grabowski después de pensarlo detenidamente y para evitar que difundiera más mentiras sobre Anna.
El 17 de septiembre de 1996, Marianne falleció en un hospital de Lübeck. Quería morir en su antigua casa de Sicilia, pero nunca llegó allí. Marianne fue enterrada junto a su querida hija en un cementerio de Lübeck.
El destino de Marianne y su caso siguen siendo objeto de debate. Gran parte de la población defendió su acto y lo consideró un castigo justo para un delincuente sexual que ya había sido condenado en varias ocasiones por abuso infantil.
Otros, sin embargo, pensaban que Marianne había actuado mal al tomarse la justicia por su mano. Debería haber dejado el veredicto en manos del juez, afirmaban los críticos.