Emma Morano vivió sola durante gran parte de su vida en el norte de Italia, en la ciudad de Verbania, a orillas del Lago Maggiore. Su secreto, según ella misma reveló, era una dieta sencilla, repetida cada día y sin excesos, que incluía un alimento tan curioso como efectivo: huevos crudos.
Desde joven, siguiendo el consejo de un médico que le recomendó más proteínas, comía tres huevos al día: dos crudos y uno cocido. Este hábito lo mantuvo por más de 90 años.
Además, acompañaba su alimentación con frutas, galletas, y pequeñas porciones de carne o pasta. No tomaba mucho café, evitaba los dulces en exceso y rara vez bebía alcohol.
Emma afirmaba:
“Nunca me caso con la comida. Como lo que necesito, no lo que deseo.”
Su enfoque era simple: alimentarse para nutrir el cuerpo, no para complacer el gusto, y evitar la sobrecarga de comidas pesadas o artificiales.