🌧️ Una tarde lluviosa, el destino volvió a tocar su puerta.
Isabela bajó de su camioneta blindada frente a un restaurante elegante del Paseo de la Reforma.
Iba impecable, con un traje blanco, joyas discretas y ese aire de mujer que todo lo controla.
De pronto, un niño harapiento se cruzó corriendo entre la gente.
Resbaló… y chocó contra ella.
El agua sucia salpicó su falda blanca.
El silencio fue inmediato.
— ¡Fíjate por dónde vas, escuincle! — gritó, furiosa.
El niño tembló. — P… perdón, señora. Solo quería la comida…
Las cámaras de los curiosos comenzaron a grabar.
Ella, perdiendo el control, empujó al niño, que cayó en el barro.
El público murmuró.
La imagen de “la mujer perfecta” acababa de desmoronarse frente a todos.
Pero en ese instante… algo en ella se quebró.
El niño levantó la mano, intentando ponerse de pie…
Y en su muñeca izquierda, Isabela vio una pequeña marca en forma de media luna.
La misma que tenía Leo desde que nació.