Su respiración se detuvo.
El niño solo dijo, con voz baja:
— Yo solo como lo que sobra… tengo mucha hambre.
Y se fue, perdiéndose bajo la lluvia.
Esa noche, Isabela no pudo dormir.
Veía una y otra vez su rostro, esa marca… esos ojos.
¿Y si era él? ¿Y si su hijo estaba vivo?
Al amanecer, llamó a su asistente:
— Encuentra a ese niño. Haz lo que sea.
Días después, la respuesta llegó:
El niño se llamaba Eli. Sin papeles. Sin familia.
Vivía con un anciano en una calle olvidada del centro.
Esa noche, Isabela fue hasta allí vestida con ropa sencilla.
Entre cartones y sombras lo vio dormir, abrazado a un collar viejo con un dije de plata.
Grabado en él, una sola palabra: “Léo”.