Hay relaciones que no terminan con una pelea ni con una gran traición. Simplemente se apagan. De repente, las conversaciones se vuelven escasas, las miradas ya no dicen nada y los abrazos se sienten más como rutina que como amor.
A veces, seguimos en una relación no porque haya amor, sino porque hay costumbre, miedo o comodidad. Reconocer cuando una relación ya no tiene vida es un acto de honestidad y también de amor propio.
Por qué sucede esto
El desgaste emocional no ocurre de un día para otro. Se va acumulando poco a poco, con el paso del tiempo y la falta de atención a los detalles.
Algunas de las causas más comunes son:
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Falta de comunicación profunda. Con el tiempo, las parejas dejan de compartir lo que realmente sienten. Se habla de todo, menos de lo importante.
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Rutina y monotonía. Cuando los días se vuelven todos iguales y no hay novedad ni ilusión, el vínculo se enfría.
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Resentimientos no resueltos. Los pequeños rencores se acumulan hasta que se convierten en una barrera invisible entre ambos.
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Prioridades distintas. Lo que antes los unía ya no está. Quizás uno cambió su forma de ver la vida y el otro se quedó atrás.
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Falta de admiración. Cuando ya no se valora al otro, ni como persona ni como compañero, el amor pierde fuerza.
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Ausencia de crecimiento mutuo. Las relaciones sanas evolucionan; si uno de los dos deja de crecer, el otro se siente estancado o solo.
A veces, lo que mata una relación no es la falta de amor, sino la falta de esfuerzo por mantenerlo vivo.