En términos biológicos, tras la muerte el cuerpo inicia un proceso gradual de transformación. La falta de oxígeno provoca la autólisis, un mecanismo en el que las células comienzan a descomponerse lentamente. Este proceso no ocurre de manera instantánea y puede extenderse durante horas o incluso días, dependiendo de factores ambientales. En paralelo, se ha detectado que el cerebro puede mantener cierta actividad eléctrica durante varios minutos después del cese cardíaco. Investigaciones realizadas en hospitales universitarios observaron ondas cerebrales asociadas a la memoria y la conciencia hasta diez minutos después de la muerte clínica, un hallazgo que desafía ideas previas y despierta nuevas preguntas.
El punto más complejo surge al intentar responder si la conciencia —o lo que muchas tradiciones llaman «alma»— puede existir más allá del cuerpo físico. La ciencia no ha podido demostrarlo de forma concluyente, pero sí ha documentado las llamadas experiencias cercanas a la muerte. Personas que atravesaron situaciones límite relatan sensaciones recurrentes: la impresión de separarse del cuerpo, la percepción de una luz intensa, una revisión acelerada de la propia vida y una profunda sensación de paz. Para algunos investigadores, estos fenómenos podrían explicarse por la liberación masiva de neurotransmisores y sustancias como la DMT, presentes también en estados de sueño profundo o meditación intensa.