—Ricardo quiso “resolver” sus problemas matándote a ti y a tu hijo.
Y solo cometió un error: Mateo escuchó… y tú le creíste.
Volver a las cenizas por la verdad
Necesitábamos pruebas. Jimena sabía que Ricardo guardaba cosas en una caja fuerte en la oficina de la casa. Esperamos a que la policía se retirara y que él se fuera al hotel. De noche, entramos por la parte trasera del fraccionamiento.
La casa estaba destruida por el incendio, pero la oficina en el segundo piso seguía en pie. Abrí la caja fuerte con su fecha de nacimiento. Había dinero, documentos y un celular. Mateo, observador como siempre, señaló una tabla suelta en el piso: debajo había otro celular, un cuaderno negro y un sobre.
Justo cuando íbamos a salir, dos hombres entraron a la casa: los mismos que habían provocado el incendio. Subieron y encontraron la caja fuerte abierta. Se dieron cuenta de que alguien había estado allí… y vieron huellas pequeñas en el suelo.
—Son de un niño —dijo uno.
—Hay un problema —contestó el otro—. El jefe tiene que saberlo.
Cuando estaban a punto de llamar a Ricardo, se escuchó un grito afuera. Era Jimena, distrayéndolos. Bajaron de inmediato. Aprovechamos para huir por la puerta trasera y saltar el muro.
Ya a salvo, vaciamos la mochila en la oficina. El cuaderno negro era oro puro: deudas, nombres de prestamistas, montos, fechas… y un apartado titulado “Solución final”:
Seguro de vida de Marina
“Accidente debe parecer natural”
“Contacto: Marcos – servicio $50,000 – fecha: hoy”
Jimena llamó a un delegado de homicidios honesto, el delegado Juárez. Teníamos pruebas, pero hacía falta dar el golpe final.
La trampa en la Alameda Central
Ricardo, al darse cuenta de que la caja fuerte había sido abierta, comenzó a llamarme y a escribirme mensajes desesperados. En uno de ellos admitía que sabía que yo estaba viva y que necesitaba “hablar urgente”.
Siguiendo el plan de Jimena, le respondí:
“Alameda Central. Mañana, 10 a. m. Ven solo.”