—¿Cómo que qué hago? Es el bautizo de mi nieto.
—La iglesia es pequeña, tuvimos que priorizar. Están los socios de Marcos, gente importante… No hay lugar para ti. Y en el salón tampoco hay mesa para ti. Es mejor que te vayas a descansar.
Me echaron de mi propio nieto. 150 extraños iban a comer y brindar con mi dinero, mientras a mí me mandaban de vuelta a casa como si fuera un estorbo.
No lloré. Algo dentro de mí se rompió… pero también algo despertó.
El clic del botón “cancelar”
Volví a casa, me quité los zapatos y fui directo a mi despacho. No quería pensar en tristeza, quería pensar en números.
Llamé a mi contador de toda la vida, el licenciado Méndez.
—Necesito que canceles el cheque del salón, el pago del banquete, el de la decoradora y bloquees todas las tarjetas adicionales a nombre de Elena.
—Doña Carmen, si cancelo eso, no van a servir la comida…
—Exactamente —respondí—. Que los anfitriones se hagan cargo. Yo ya no financio humillaciones.
También ordené iniciar desalojo del local comercial donde Marcos tenía su “consultora” y que ocupaba gratis gracias a mí.
Esa misma tarde, mientras ellos brindaban con champaña, el salón llamaba avisando que la tarjeta no pasaba, los meseros detenían el servicio y los “socios importantes” se empezaban a ir.
El grupo de WhatsApp familiar explotó de mensajes. Elena me llamó una y otra vez. No contesté. Yo estaba tomando café en mi cocina, en paz, por primera vez en años.
La cara verdadera de mi hija y mi yerno
Al día siguiente llegaron a mi casa, furiosos y desesperados.
—Nos humillaste, mamá. Tienes que pagar. Son casi 10.000 dólares —gritaba Elena.
—Usted se comprometió —añadió Marcos—. Hay un contrato moral.
Saqué mi carpeta azul y la dejé sobre la mesa.
—Este es el único contrato que vale: la escritura de la casa donde viven, que está a mi nombre. El comodato se termina: o empiezan a pagar renta de mercado o se van en un mes.
—¿Nos vas a dejar en la calle con un bebé? —lloró Elena.
—No los dejo en la calle. Los convierto en adultos.
Luego le pedí a Marcos las llaves de la camioneta que presumía como símbolo de su éxito.
—No te voy a dar nada —amenazó—. Voy a llamar a la policía.
—Hazlo. Todo está a mi nombre. El que va a quedar mal eres tú.