Mi madrastra me obligó a casarme con un joven rico con las piernas paralizadas. En nuestra noche de bodas
El día de la boda vestí de blanco y sonreí, pero mi corazón estaba roto.
El novio permanecía en silencio en su silla de ruedas, con la mirada fría y distante.
Esa noche abrí la puerta del dormitorio con nerviosismo.
Él seguía allí, sentado en la silla, la luz amarilla iluminando su rostro apuesto pero lejano.
—Yo… déjame ayudarte a ir a la cama —dije temblando.
Él me miró y curvó levemente los labios:
—No es necesario. Puedo hacerlo solo.
Retrocedí un paso, pero lo vi tambalearse y casi caer. Instintivamente corrí a sostenerlo.
—¡Cuidado!
Se inclinó, traté de sujetarlo, pero resbalé. Ambos caímos al suelo con un fuerte golpe.
Pages: 1 2