Se levantó tan rápido que casi tiró la silla.
—Señora… mire esto. Rápido.
Giró el monitor hacia mí. Mi reflejo apareció por un instante: ojeras, pelo revuelto, la cara de una mujer que había perdido todo. Pero lo que estaba detrás de ese reflejo me dejó sin aire.
La cuenta tenía una cantidad absurda de dinero.
Millones.
Sentí que el piso se iba. Me agarré del borde del escritorio para no caer.
—Esto no puede ser mío —murmuré.
El hombre tragó saliva.
—Está a su nombre desde hace 25 años… pero ha estado bloqueada.
Esa palabra me atravesó.
—¿Bloqueada por quién?
El banquero bajó la voz, como si tuviera miedo hasta de su propia garganta.
—Por su exmarido.
El mundo se detuvo.
Mi exmarido había bloqueado la fortuna que mi padre dejó para mí. Una fortuna que, según el sistema, yo debía recibir cuando cumpliera 40 años. A los 40 yo estaba hundida en el matrimonio, con la autoestima en ruinas y Julián con acceso a mis documentos, a mis claves, a mis silencios.
Y entonces el banquero dijo algo más: