Nicolás ofreció llamar a la policía o a servicios sociales. Incluso comprar comida.
Pero al oír la palabra “policía”, Adrián se estremeció:
—Por favor… no nos entregue. Se llevarán a Lucía…
Algo en el interior de Nicolás, endurecido por el duelo, se quebró. Decidió no dejarlos.
Fueron a un café cercano. Adrián comía como si le fueran a quitar la comida. Nicolás le dio leche de fórmula a Lucía.
Por primera vez en mucho tiempo, se sintió necesario. No como empresario, sino como ser humano.
—Cancela todas mis reuniones —ordenó por teléfono a su asistente.
Un refugio temporal
La policía llegó y todo parecía un trámite más. Hasta que Adrián le tomó la mano a Nicolás y le susurró:
—¿No nos va a abandonar?
—No los voy a abandonar. Lo prometo.
Con ayuda de una conocida trabajadora social, Margarita Jiménez, le otorgaron custodia temporal.
—Solo hasta que aparezca su madre —decía Nicolás.
Llevó a los niños a su departamento amplio y silencioso. Ahora, ese silencio se llenó con risas, llantos y nanas.