Nicolás cometió errores: pañales mal puestos, biberones fríos, comidas olvidadas.
Adrián lo ayudaba sin hablar. Se notaba que había crecido demasiado rápido. Solo dijo una vez:
—No quiero que ella tenga miedo.
Una noche, Nicolás lo observó calmar a Lucía con una canción. Se le hizo un nudo en la garganta.
—Lo hiciste muy bien —dijo.
—Tengo que estudiar —respondió Adrián, sin quejarse.
Una decisión para siempre
Días después, Margarita llamó. Habían encontrado a la madre. Estaba viva, pero internada por adicción. Si se recuperaba, podría recuperar la custodia. Si no, el estado intervendría. O… Nicolás.
—Puedes adoptar. Depende de ti.
Esa tarde, Adrián estaba callado en un rincón.
—¿Nos van a separar otra vez? —preguntó en voz baja.
Nicolás lo abrazó:
—No lo sé… Pero haré todo lo posible para protegerlos.
—¿Y si nos separan?
—No los dejaré. Lo prometo. Nunca.
Al día siguiente, llamó a Margarita:
—Quiero iniciar el proceso de adopción. Para siempre.