Cuando los encontró, eran tan pequeños y frágiles que apenas podían respirar. Sus cuerpos rosados, sus ojos aún cerrados… parecían desesperados. Muchos se habrían alejado, pero él decidió intentarlo.
Durante días, los alimentó con esmero, los abrigó y les habló como si pudieran comprender. Cada noche era una lucha, cada amanecer un milagro.