El pollo en salsa de la abuela es mucho más que un simple plato; es un viaje sensorial directo a la cocina de nuestros antepasados. Representa la esencia de la cocina de aprovechamiento, donde cada ingrediente se valoraba y donde los sabores profundos y los largos tiempos de cocción eran la norma. Este guiso de pollo tradicional evoca memorias de reuniones familiares, domingos largos y el amor que se sirve en una cazuela de barro. No es una receta única, sino un concepto que varía de una región a otra, e incluso de una familia a otra, pero que siempre mantiene un hilo común: su capacidad para reconfortar el alma.
La historia de este plato está intrínsecamente ligada a la historia de la cocina española y latinoamericana, donde las técnicas de estofado y guisado fueron fundamentales para crear platos nutritivos y sabrosos con ingredientes humildes. Las “abuelas” de antaño eran expertas en transformar un pollo, algunas verduras y especias básicas en un banquete memorable, utilizando técnicas de cocción lenta que ablandaban las carnes más duras e integraban todos los sabores en una salsa incomparable.
Hoy, redescubrir esta receta es un homenaje a esa sabiduría culinaria. Es una oportunidad perfecta para conectar con nuestras raíces y para disfrutar de las ventajas de un plato casero, nutritivo y lleno de sabor. Optar por un pollo campero, criado de manera más natural, no solo es un guiño a la calidad sino también a una elección consciente sobre los beneficios del pollo campero y su impacto en el sabor final del guiso.
Ingredientes para recrear la auténtica magia
La clave de un gran pollo en salsa de la abuela reside en la calidad y sencillez de sus ingredientes. No se necesitan productos extravagantes, sino elementos básicos tratados con respeto.
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Pollo: Lo ideal es usar un pollo entero troceado o piezas con hueso y piel como muslos y contramuslos. La piel ayuda a dorar y aporta sabor, mientras que el hueso contribuye a enriquecer la salsa. La elección de un pollo campero marca una diferencia notable en sabor y textura.
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Grasa para cocinar: Aceite de oliva virgen extra es la base indiscutible en la versión española.
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Verduras para el sofrito: Cebolla, ajo y pimiento verde. Este trío es el alma de muchas salsas tradicionales.
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Líquido de cocción: Aquí es donde surgen las variantes. Puede ser cerveza (especialmente rubia), vino blanco seco, o incluso un buen caldo de pollo casero. Algunas recetas incorporan un poco de tomate triturado o salsa de tomate.
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Hierbas y especias: Pimentón dulce o de la Vera, hoja de laurel, perejil fresco, sal y pimienta negra son los clásicos. Algunas versiones añaden un clavo o una pizca de nuez moscada.
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Elementos para espesar (opcionales): Para una salsa más densa y cremosa, algunas abuelas añadían un majado de pan frito y avellanas o almendras, o simplemente una cucharada de harina que se integra con el sofrito.
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