Por primera vez, un microchip implantado en el ojo logra restaurar la visión en pacientes con ceguera avanzada.

El sistema completo se llama PRIMA y funciona en conjunto con unas gafas especiales. Una microcámara instalada en las gafas capta la imagen del entorno y la traduce en señales infrarrojas. Estas señales se proyectan sobre el microchip, que estimula las células de la retina para enviar la información al cerebro. En otras palabras, sustituye a los fotorreceptores destruidos, creando una nueva ruta visual.

A diferencia de las prótesis antiguas, este microchip no necesita cables ni baterías internas. Opera de forma totalmente inalámbrica, alimentado por la luz infrarroja emitida desde las gafas. Esa simplicidad reduce riesgos quirúrgicos y permite conservar la visión periférica natural del paciente, algo esencial para moverse y orientarse.

Resultados reales: volver a leer y reconocer el mundo
El ensayo clínico, conocido como PRIMAvera, se realizó en 17 centros europeos e incluyó a 38 personas con degeneración macular en etapa avanzada. Tras un año de seguimiento, los resultados fueron claros: el 81% de los participantes recuperó visión central útil. Muchos lograron distinguir letras, números y palabras, algo que habían perdido hacía años.

En promedio, la mejora visual equivalió a ganar más de 25 letras en las pruebas de lectura estándar. Algunos incluso superaron la resolución esperada del chip, un fenómeno que los investigadores atribuyen a la capacidad del cerebro para adaptarse y aprovechar al máximo la nueva señal visual. Además, la visión periférica natural se mantuvo intacta, lo que demuestra que el implante no interfiere con el resto del ojo.

Los participantes describieron sensaciones tan simples como conmovedoras: ver nuevamente el contorno de una cara, seguir una línea de texto o distinguir la forma de una taza sobre la mesa. Detalles cotidianos que, tras años de oscuridad, se sienten como milagros tecnológicos.

Seguridad quirúrgica y entrenamiento visual
Los médicos informaron que la cirugía fue bien tolerada y que la mayoría de los efectos adversos —como pequeños sangrados o aumentos de presión ocular— fueron temporales y se resolvieron con tratamiento. Ningún participante perdió visión natural ni sufrió complicaciones graves relacionadas con el dispositivo.

Después de la operación, cada persona pasó por un proceso de entrenamiento visual. Aprender a “ver” de nuevo con un microchip implica reeducar al cerebro para interpretar estímulos eléctricos como imágenes. Con práctica, los pacientes lograron mejorar la precisión y la rapidez para reconocer formas, letras y objetos.

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