Las semillas de lino son un alimento muy antiguo. Se cultivaban en Babilonia ya en el año 3000 a. C., y en el siglo VIII, Carlomagno estaba tan convencido de sus numerosos beneficios para la salud que promulgó leyes específicas que obligaban a sus súbditos a consumirlas.
Con el paso de los años, también se han extendido en la cultura occidental, y hoy en día se pueden encontrar crudas o en forma de aceites, polvos, comprimidos, cápsulas e incluso harina en muchos supermercados y tiendas de alimentos naturales.
Por lo tanto, las semillas de lino se pueden consumir de diversas maneras. Se pueden comer enteras, tanto crudas como cocidas. Crudas, también se pueden comer solas o añadir a ensaladas o verduras. Las semillas de lino también pueden formar parte del muesli para el desayuno o simplemente añadirse al yogur. Las semillas de lino cocidas también se pueden usar en sopas, caldos o purés.
Para disfrutar plenamente de sus beneficios, muchos expertos recomiendan consumirlas en aceite o molidas. Esto se debe a que su cáscara dura permite que las semillas de lino pasen intactas por los intestinos, impidiendo que el cuerpo las absorba.
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