A partir de los 70 años, el cuerpo y los sentidos comienzan a experimentar cambios que pueden afectar la capacidad de reacción frente a imprevistos en la ruta.
Entre los factores más comunes se encuentran:
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Pérdida de agudeza visual y auditiva, lo que dificulta detectar señales, peatones o vehículos cercanos.
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Disminución de los reflejos y la coordinación motora, lo que retrasa las maniobras ante una emergencia.
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Problemas de movilidad, que pueden afectar la fuerza al frenar o girar el volante.
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Consumo de medicamentos, algunos de los cuales pueden provocar somnolencia o confusión.
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Déficit cognitivo o de atención, que aumenta el riesgo de errores al interpretar señales o al calcular distancias.
No se trata de una cuestión de edad cronológica, sino de condición física y mental. Muchos adultos mayores están en excelente estado y pueden seguir conduciendo con seguridad, pero otros presentan limitaciones que los ponen a ellos —y a los demás— en riesgo.