Cautivado por el espectáculo que se desarrollaba en su campo, Thomas revisaba los huevos cada mañana. En pocos días, comenzaron a emerger pequeñas formas dentro de las esferas gelatinosas.
Decidido a ayudar, cavó un hoyo poco profundo cerca y lo llenó suavemente con agua de lluvia para imitar un estanque natural.
Un espacio compartido
Durante la semana siguiente, el campo despertó de nuevas maneras. Mientras las rutinas agrícolas continuaban —los tractores zumbaban y la soja crecía—, el rincón tranquilo donde reposaban los huevos de rana se convirtió en un santuario. Los huevos se desarrollaron lentamente bajo la atenta mirada de Thomas.
Un momento de conexión