A sus setenta años, sus piernas ya no le obedecían como antes. Pero ese día, reunió todas sus fuerzas para visitar a su hijo, Ramón, el niño que había criado con el inagotable sacrificio y amor de una madre.
El médico le había dicho que necesitaba una cirugía de corazón urgente que costaría decenas de miles de pesos, una suma imposible para una viuda pobre. Sin nadie más a quien recurrir, decidió buscar la ayuda de su único hijo. Ramón era ahora un exitoso hombre de negocios en Ciudad Quezón, regentaba una tienda de materiales de construcción y vivía en una casa grande con un coche caro aparcado delante. Dolores creía que, por muy ocupado que estuviera, su hijo nunca abandonaría a su madre en apuros.
La Visita
Al llegar, se detuvo ante las altas puertas de hierro y tocó el timbre. “Ting, ting”.
Al cabo de un momento, la puerta se abrió, revelando a la esposa de Ramón, una joven de mirada penetrante y aire de impaciencia.
“¿Qué necesitas, Nanay?”, preguntó secamente, mirando la ropa desgastada de la anciana.
Dolores forzó una sonrisa amable. “Vine de visita… y necesito hablar con Ramón, querido”.
La esposa no dijo nada y desapareció dentro. Momentos después, apareció Ramón, todavía con el teléfono en la mano, vestido pulcramente como si fuera a una reunión.
“Mamá, ¿qué te trae por aquí? Estoy muy ocupada ahora mismo”. Dolores sacó nerviosamente su informe médico, con la voz temblorosa.
“Hijo, el médico dice que necesito una cirugía pronto. ¿Podrías prestarme dinero? Cuando tu hermano venda el arroz, te lo devolveré.”
Ramón frunció el ceño. Suspiró, mirando a su esposa.
“Mamá, ahora mismo el negocio está un poco apretado. No tengo dinero. Vete a casa por ahora y pensaré en algo.”
Se le llenaron los ojos de lágrimas, pero intentó mantener la calma.