Una madre de 70 años acudió a su hijo para pedirle ayuda con sus gastos médicos. Él le dio un paquete de fideos y la despidió. Pero cuando lo abrió en casa, lo que encontró la dejó sin palabras…
A sus setenta años, sus piernas ya no le obedecían como antes. Pero ese día, reunió todas sus fuerzas para visitar a su hijo, Ramón, el niño que había criado con el inagotable sacrificio y amor de una madre.
El médico le había dicho que necesitaba una cirugía de corazón urgente que costaría decenas de miles de pesos, una suma imposible para una viuda pobre. Sin nadie más a quien recurrir, decidió buscar la ayuda de su único hijo. Ramón era ahora un exitoso hombre de negocios en Ciudad Quezón, regentaba una tienda de materiales de construcción y vivía en una casa grande con un coche caro aparcado delante. Dolores creía que, por muy ocupado que estuviera, su hijo nunca abandonaría a su madre en apuros.
La Visita
Al llegar, se detuvo ante las altas puertas de hierro y tocó el timbre. “Ting, ting”.
Al cabo de un momento, la puerta se abrió, revelando a la esposa de Ramón, una joven de mirada penetrante y aire de impaciencia.
“¿Qué necesitas, Nanay?”, preguntó secamente, mirando la ropa desgastada de la anciana.
Dolores forzó una sonrisa amable. “Vine de visita… y necesito hablar con Ramón, querido”.