Régimen diario equilibrado
Su día comenzaba con agua tibia con limón y una cucharadita de aceite de linaza. El desayuno consistía en avena con bayas o requesón, el almuerzo en sopa y carne sencilla con vegetales, y la cena era ligera: ensalada o pescado. Nunca comía después de las seis de la tarde. Según ella, “el estómago necesita descanso”
Movimiento constante
Incluso cerca de los cien años, caminaba unos 2,5 kilómetros al día hasta su trabajo. No necesitaba un gimnasio: caminaba como parte de su rutina cotidiana. Para ella, el movimiento era “el mejor medicamento”.
Tranquilidad emocional
Atravesó la guerra, vivió pérdidas, enfrentó desafíos. Sin embargo, mantenía la calma. Creía firmemente que preocuparse por lo que no se puede cambiar es una pérdida de energía; en cambio, lo que se puede cambiar, debe hacerse con serenidad.
Sueño reparador y rutina
Se despertaba a las seis de la mañana, hacía ejercicio, trabajaba, caminaba y se dormía a las diez. “Al cuerpo le gusta la predictibilidad”, decía. Además, consideraba que un sueño de calidad era más poderoso que cualquier medicamento.
Su mensaje es claro: “Deseo vivir mucho más que una vida larga”; su secreto no está en fórmulas exóticas, sino en descartar lo dañino, como el azúcar refinado y los productos procesados, para prevenir enfermedades