Lo más interesante es que no todas las formas de HMGB1 tienen el mismo efecto. Fue la versión reducida —llamada ReHMGB1— la que mostró una capacidad notable para inducir el envejecimiento en células previamente sanas. En experimentos de laboratorio, los investigadores observaron cómo células humanas jóvenes, al entrar en contacto con esta proteína, dejaban de dividirse, activaban genes vinculados a la senescencia y comenzaban a secretar sustancias inflamatorias típicas de tejidos envejecidos.
Este efecto no se limitó a un solo tipo de célula. Se replicó en fibroblastos, células renales, musculares y más. Lo que sugiere que la propagación del envejecimiento ocurre de forma generalizada, casi como una cadena de transmisión celular.
La clave de este mecanismo parece estar en la activación de ciertos receptores celulares, como el RAGE, que pone en marcha vías bioquímicas asociadas a inflamación crónica, como JAK/STAT y NF-κB. A partir de ahí, las células comienzan a producir factores SASP, un conjunto de sustancias que no solo refuerzan el estado senescente, sino que también afectan negativamente a células vecinas, perpetuando el ciclo.